Hace unos días alguien colocó en Facebook la foto de una planta y un intrigante comentario. Cuando alguien se inquietó, la respuesta resultó ser más enigmática aun. Aunque no intervine directamente en el asunto -por considerarlo fuera de mi «competencia masculina» (puro machismo)- no pude evitar la incertidumbre de no poder disipar el acertijo de “aquellas flores…” Luego entonces pensé: ¿Dios por qué son tan raras algunas personas? El post era de una mujer. Esta conducta la he observado generalmente en mujeres. Es genérica.
Y es que los hombres somos tan diferentes que nos cuesta comprender.
Los hombres somos pragmáticos: vamos a donde vamos para algo y por algo. Lo demás es una pérdida de tiempo. Una distracción. Consideramos que lo que hacemos tiene valor si funciona. Creemos en los resultados. El proceso es un camino tortuoso, monótono y en ocasiones angosto. El objetivo es el premio. Sin él no hay éxito. Por eso las cosas inconclusas nunca nos gustaron. Ni los proyectos poco claros. Indefinidos. De manera que jamás entenderemos qué hace nuestra esposa en el departamento de cosméticos de una tienda si lo que necesitamos en casa son lechugas.
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