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A no ser que se indique lo contrario, todos los textos publicados en este blog han sido escritos por Jesuhadín Pérez Valdés

lunes, 11 de agosto de 2014

Acoso sexual.



La Biblia enseña a amar a nuestros enemigos como si fueran nuestros amigos,
posiblemente porque son los mismos.
Vittorio de Sica.
I
Lengua sucia, fea, babosa, alma retorcida, lasciva. Repugnancia, asco. Quiere no ver nunca más esa imagen frente a ella, ni escuchar su voz, ni recibir sus mensajes, quiere que la ignore, no enterarse por sus labios de absurdas alabanzas, quiere estar lejos, lejos, lejos. Meterse en el agua limpia y dejar que la ropa suelta resbale de su cuerpo y se vaya río abajo, y dormirse, escuchando cantos de pájaros, caídas de hojas secas. Cerrar los ojos y escapar de la pesadilla que es su vida, de la pesadilla en la que se han convertido sus últimos días.
Y hoy a rezado a Dios, de rodillas como no lo había hecho nunca y ha llorado y suplicado que le salve, porque se siente perdida, sin rumbo, perseguida por el fantasma del miedo y la repugnancia. Duerme despierta y despierta sueña, porque el cansancio de los días que rompen las estatuas de su imaginación le mantienen en una vigilia eterna.


Él se acercó a ella o tal vez ella se acerco a él en una de esas tardes perdidas de febrero cuando los gorriones repletan los tejados con sus gritos contagiosos y nadie te espera para cenar, y le parecieron a él, sus ojos perdidos en el mas allá y le ofreció sueños y puso remos en sus manos y le dijo boga, le palmeó la espalda, le susurró al oído cariñosamente; ¡vaya si eres buena! Y ella perdida en su abandono fue feliz y se entregó como solo suelen hacerlo los huérfanos y los mendigos.
Él le dio un espacio para su vida, en su sala y no fue cualquier espacio fue un espacio grande y cómodo y ella se sintió feliz, se calentó junto a la lumbre y durmió la siesta con una inocencia ingenua y límpida, con la intención de semilla que quiere nacer. Él cobijó y alentó y protegió esa fe, ese cariño puro y sopló su sueño de papalote y juntos rieron a carcajadas cuando coleteó en el azul intenso de una ventana abierta. Era un fruto dulce. La expresión de manos que se hunden en la arena y sienten el calor del Sol que a mitad de la noche arde todavía en el seno de la tierra. Y nació el misterio. La necesidad de estar, de conversar, de compartir aquello bueno que brotó y que bullía en medio de dos almas destrozadas. También él era una pobre sustancia, sediento, ansioso, con bolsillos llenos de sueños pródigos y de buena fe. Al menos así lo vio ella. Y se sintió entonces privilegiada por tener entre sus manos tanto tesoro.
Y entonces el Diablo metió su cuerno, o tal vez fue ese Diablo que todos llevamos dentro el que confundió aquel grito de de ternura con las absurdas ganas de la carne. Con la esclavitud terrenal de los mortales y estalló entre ambos y entre aquel amor perfecto y divino la metralla de una pasión inoportuna y disímil que fue volviéndose cada vez mas absurda y destructiva. Por que así es la pasión cuando no puede fraguar, cuando arde pútrida y metanosa por falta de tierra, de agua, o de espacio donde poder crecer. Cadenas que tensan, cables que se estiran, quejidos de rondanas oxidadas. El viejo puente colgante contrayendo sus plañideras cuerdas. Traqueteo de tornillos interiores, y el peso muerto que resiste, que lucha atado a una gravedad de siglos en espera, de silencios.
Pero ella no estaba dispuesta. No quería. No podía. No le interesaba halar el picaporte de esa puerta. Ni mirar dentro, ni siquiera preguntar o leer el rotulo dispuesto en su dintel. Podía vivir así, prescindiendo, y estaba satisfecha.
No permanecía al pie de sus confesiones, ni apretaba su mano, sostenía su hombro, musitaba tiernas palabras, escuchaba sus llantos, por ese fuego que arde en los corazones mortales, que consume y convierte en cenizas el interior del alma. No quería ella girones de piel, ni salivas mutuas, ni gemidos, ni cansancios. No tal clase de amor. Legitimo amor, amor bueno y pródigo que para ella resultaba inmundo e imposible. Quería estar, sentirse protegida, cubierta de un cariño vegetal que no pariera imposibles. Que no penetrara sus resquicios de mujer, ni oliera sus intimidades, ni calentara su cuerpo a la manera neandertal. No quería tampoco alejarse porque amaba y pertenecía a aquel amor y lo sufría y lo vivía con una intensidad criminal.
Ella esperó, aun después de su dolor y su soledad, soportó la confusión de aquel regalo no pretendido, la obstinación de las intenciones, esquivó y buscó la manera de saltar la verja, de disimular el descontento del corazón, y se enfrascó de mil maneras en explicarle que podían ser amigos, que por eso no cambiaria para él el cerrojo de su puerta.
Funcionó un poco y por un tiempo. Después vinieron los desastres. Vidrios rotos en todos los pasillos, macetas revolcadas por el suelo, gavetas arrancadas, y ella era la culpable, todo lo que hacia, y se esforzaba hasta el cansancio por hacerlo bien, estaba mal, partía siempre en dos la punta de los lápices, derramaba el te o atoraba el desagüe con astillas de jabón. Rompía lo que tocaba y tocaba lo que solo debía mirar. Y huía de todos para refugiarse en la estrecha noche de su hija, mientras inundaba las fundas con sus revolcados sentimientos.
Buscó la manera de salir de aquel atolladero. De huir de aquellos ojos que la seguían a todas partes. De aquella boca indistinta a las demás, aguda, vulgar, quemante como una tetera que hierve junto al fuego. Y sintió enormes sus culpas por abandonar a Dios, culpas de su inocencia, culpas de ser mujer y atraer lo equivocado, culpas de no poder querer lo que no quería, culpa de ser bella y fiel y honesta; miró el espejo, vio las ojeras azules que unas semanas atrás no tenía y se sintió sola, sola, sola.
Rosó con sus dedos aquel espejo sintiendo la frialdad de una materia inerte que no siente, ni ama, ni sufre y pensó calladamente en la renta, la comida que mañana debería tener en la despensa, la cuenta del teléfono y en aquel hombre bueno y obstinado que la ayudaba tanto y le ofendía, la amaba y la invadía, blanco y negro, hielo y fuego, sombras y luces. Absurdo mundo de mentiras. No se dice sí cuando se siente un no. No puede ser dulce lo que es amargo. No puedes tragar espinas sin que hieras la garganta y sangre la boca. No se puede escribir con tinta y después borrar, el papel arde, se quiebra, muere. Una sensación de agua mala le inundó los pechos, el vientre la entrepierna, y sintió repulsión de sí misma y de su vida. Bajó los ojos y lloró.
Pasaron los días. Él la rosaba, le acariciaba el pelo, le decía un halago, mientras se ocupaba de que todo estuviera dispuesto para ella, pero bastaba un rechazo, una torpeza, una renuncia, para que volvieran a llover vitrales rotos, portazos en la calle, salpicaduras de pared y ella, en medio de todo como un viejo barco, dando bandazos y haciendo agua por cada hendidura. Hundida hasta el puente. Oxido y salitre. Escaramujos. Ni velas, ni mástil, ni timón. Un fantasma en medio de la bahía que solo sirve para que se posen las gaviotas.
II
Una mañana cerca de las diez le encontraron tendida sobre su cama, como dormida. Su hija recogida en su regazo. Los ojos lagrimosos todavía, y la frescura extraña de la libertad. En sus rodillas las desgarraduras de muchas horas frente a Dios.
No parecía un cadáver, extrañamente, solo estaba sola. Sola.
III
Él dio un puñetazo sobre la mesa como si no hubiera consentido aquella libertad. Y no la perdonó, nunca. Como si ella se hubiera escapado a alguna parte sin su aprobación.
IV
Y se había escapado.

Cuba. 20 de mayo del 2009.

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