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A no ser que se indique lo contrario, todos los textos publicados en este blog han sido escritos por Jesuhadín Pérez Valdés

martes, 14 de julio de 2015

Sentir la libertad


"Si sientes que algo te escarabajea dentro, pidiéndote libertad, abre el chorro y déjalo correr tal y como brote."
Miguel de Unamuno

La gente tiene diversas maneras de instilar los fenómenos surgidos en el devenir histórico del hombre. La libertad ha sido y es enigma de nuestra especie. Nada preocupó tanto a la humanidad, como la libertad. Ninguna otra causa movilizó tanto capital humano.

La libertad en sí misma genera acertijos, basta preguntarse, ¿es un nombramiento heredado o el premio de un esfuerzo conjunto? ¿Es un estado de conciencia o una realidad vivida?

La libertad aunque es un derecho, no viene a par de título y la mayoría de las veces no aparece bajo la cama como los regalos del Día de Reyes.

Nadie es abierta ni declaradamente esclavo, no por eso la servidumbre ha dejado de ser una realidad de nuestros días. Hay diversos tipos de negación de derechos humanos indispensables, y a pesar de los grados de libertad que ha alcanzado la humanidad, nadie puede estar satisfecho, porque mientras exista una injusticia, un atropello o una arbitrariedad, ahí estará el hombre indefenso, atado a una neoservidumbre brutal.


Pero algo es cierto, el primer paso hacia la búsqueda de nuestra propia libertad es estando consciente de lo que nos falta para alcanzarla. Y se puede ser libre de muchas maneras viviendo incluso en el vértice de la esclavitud más desgarradora. En este sentido la libertad es un estado de nuestro propio ser, es una concepción personal de lo que entendemos como «principio de libertad». Aunque esta variante solo podemos vivirla de manera individual, es significativa a la hora de proyectarnos en ambientes complejos, saturados de demagogia política y de falsas libertades.

También es importante ser realistas y tener muy claro hasta dónde llegan nuestras libertades y las de los demás. Estos límites comunes han de estar analizados e identificados con suma claridad. La educación para la libertad ha de comenzar al amanecer de la existencia de nuestra propia familia, que es la primera escuela, y a la vez la escuela de toda la vida. Desde ahí aprendemos a ser libres. Una educación liberadora, una toma de conciencia de lo que significa la libertad para nosotros como individuos sociales y para la sociedad en general, nos permitiría ir puliendo este concepto abstracto y personal por así decirlo, con actos y hechos que nos permitan ganar confianza en lo que hacemos como seres dotados de un «libre albedrío responsable» y en lo que pueden y tienen derecho a hacer los demás.

El paternalismo y la censura constante en la familia, en la escuela, en la vida laboral, religiosa o política comprometen nuestra toma de decisiones cuando posteriormente formamos parte del mecanismo complejo de una nación. No se puede ser autónomo si constantemente nos sentimos vigilados, si nos evalúan cada actitud asumida como un examen. Micrófonos conectados detrás de la oreja de niños norteamericanos entre tres y cuatro años, reveló que a cada criatura desde que nace y hasta que cumple los ocho años, se le dice que «no» unas 100 000 veces 1. Se descubrió también que por cada elogio un niño promedio recibe nueve regaños. ¿Cómo reaccionamos ante esta reprensión? Vamos generando limitaciones a fin de ser aceptados por nuestros padres y demás personas. Así nuestro genio e iniciativa va disminuyendo.

Nuestros hijos han de ser guiados, pero han de dejarse andar. También los pueblos. Si padres o líderes manipulan a sus hijos o a los hijos de su pueblo con los hilos invisibles del paternalismo y la censura extrema, no recogerán hombres libres e inteligentes, sino marionetas obedientes. De esta última raza se nutre el feudalismo y la esclavitud, no la democracia.

La libertad ha de vivirse, ha de buscarse, ha de exigirse, ha de repararse porque en raras ocasiones llega completa y perfecta para todos, mutilada por el doloroso parto histórico que le trajo al mundo. La libertad no fue enclaustrada en los acápites de aquella revolución popular de 1789. El tiempo pasa y con él afloran aristas que hay que limar. El hombre se proyecta renovado, nuestros derechos evolucionan y el futuro espera por nosotros impaciente.

No basta decir somos libres, es necesario sentirlo.

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1 Ribeiro. Lair. El éxito no llega por casualidad. Pág. 12. (Versión digital en español) 4|6 abril 2004. LeoF.



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