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A no ser que se indique lo contrario, todos los textos publicados en este blog han sido escritos por Jesuhadín Pérez Valdés

domingo, 24 de diciembre de 2017

Treinta días con el Nokia Lumia 1520.



Quería uno. No tenía dudas.

Era hermoso, grande, fino y elegante. Busqué por aquí y por allá información sobre él. Todos me engañaron, al menos parcialmente.

Les hablo de phablet Nokia Lumia 1520. ¡Que terminal señores! ¡Doscientos nueve gramos de pura preciosura! ¡Me encantaba!

Usaba Windows en su variante phone y aunque sobran los detractores de este sistema, como fue con el primer OS con que tropecé en mi vida, me lucia familiar, cómodo, fácil, compacto y completo... ¿Completo...? Dios mio que error. ¡Que disparate!

Lo rastree en el Internet. En las tiendas online. Vi los precios, los colores, los periféricos correspondientes, las baterías, los repuestos, las fundas,  los covers... ¡Brillaba en una danza de oropel ese terminal frente a mis ojos! Ya, para cuando mi bizarro Samsumg Galaxi S 5 daba sus últimos pistoletazos, la decisión sobre la marca y modelo de mi ¨próximo terminal¨ estaba tomada: sería el Nokia Lumia 1520. Definitivamente.

Y llegó el día que lo tuve entre mis manos. Era hermoso. De excelente rendimiento con su Qualcomm Snapdragon  quad-core 2.2 GHz y su GPU Areno 330, adosado con un diseño angulosos, casi filoso, pero limpio y sólido. ¡Y que pantalla dios mio! Brillo, contraste colores, movimiento... Protegida con Corning Gorilla Glass de tercera generación. Era algo realmente inspirador. Casi sexual.

¿La batería? ¡Tenía la potencia de una termonuclear! La Li-Ion de 3400 mAh soporta hasta 768 h de Stand-by. Un monstruo del almacenamiento eléctrico. Y no podría ser de otra forma teniendo en cuenta las 6 pulgadas de pantalla con 1920 x 1080 píxeles de resolución. Hasta ahí todo bien... Lo peor estaba por venir.

Antes de la semana, unas manchas blancas aparecieron en la enorme pantalla. Era entonces un enorme teléfono con una enorme pantalla que poseía una enormes y asquerosas manchas.
La carga inalámbrica jamás le funcionó, no existen para este modelo de teléfono covers externos con batería incluida... Pero aun no les digo lo peor.

Conocía que la tienda de aplicaciones de Microsoft era bastante menos variopinta que la androidiana, pero nunca imaginé que estuviera tan pobre, tan desatendida ni que las aplicaciones existentes funcionaran tan mal. Un verdadero desastre.

Aplicaciones tan importantes como las de los bancos apenas existen para la plataforma
Windows Phone, las sociales funcionan pésimamente, las de mapeo y viajes un total desastre... GPS inconectables, inestables, incomprensiblemente lentos, absurdamente desorientados. Nada funcionaba. Nada; al punto que en muy poco tiempo, el propio OS del teléfono comenzó ha hacer de las suyas y a no responder ni guardar a la configuración personalizada.

Lo llevé a la telefónica norteamericana MetroPCs y noté el enorme desconocimiento que existe por parte de los técnicos con respecto a este sistema operativo. Una tremenda decepción que me llevó a considerar incluso en la posibilidad de cambiar de compañía de teléfono.

Poco tiempo después apareció el anuncio de Microsoft con el cual daba la estocada de muerte a este teléfono, suspendiendo el programa de desarrollo y eliminando el soporte de innovación y generación e implementación de nuevas características para su plataforma. Todos saben lo que esto significa. En cascada me llego un correo del único de mis bancos para el cual existía -raramente- la aplicación correspondiente, informándome que se ponía fin a la funcionalidad de dicha aplicación por motivos de seguridad y... fin de la historia.

En poco menos de 30 días el flamante teléfono quedó reducido a cámara fotográfica, porque he de reconocer que este terminal posee una de las cámaras frontales mas poderosas del mercado celular: 20 Megapíxeles. ¿Increíble paradoja verdad?

Lo demás fue historia. Una enconada lucha de reclamación con un vendedor que no estaba muy interesado en recuperar su flamante y obsoleto celular pero -mucho menos aun- en devolverme mi puñado de dólares.

Gracias a Dios yo gané.

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