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La sociedad cubana está cada vez más revuelta. Más revuelta
e incierta.
La Cuba paralizada es una cosa de ayer. Hay mucha gente
inconforme con el futuro planificado por
el poder. Mucha gente inconforme e inquieta.
Es normal.
Cada vez son más los que tienen ganas y audacia suficiente para tomar las
riendas de un destino personal y proyectarlo sin miramientos en el ámbito
social. Pero esto disgusta a la “nomenclatura”. Esta prefiere sin dudas la
calma y el quietismo revolucionario. Está anquilosada. No tiene la más mínima intención
de mover un dedo para el cambio. ¿Entonces? Solo se levanta para responder “a
palos” cada una de estas iniciativas ciudadanas.
En la
mayoría de los países, los partidos políticos se gruñen y muerden entre sí.
Forma parte del proceso de decantación para arribar al poder. Compiten por el
voto popular. A veces -según mi opinión-
se les va un poco la mano. Pero en Cuba, al no ser ningún partido de oposición
actor electoral -ni siquiera lo es el
propio Partido Comunista- la competencia ha pasado a las aceras, los parques,
los patios, los grupos y las gentes; perteneciente en su mayoría a la sociedad
civil.
Ya aquí el
problema no es un proyecto político con aspiraciones de poder, sino cualquier
cosa que se mueva independiente a los cánones revolucionariamente establecidos
por el aparato oficial.
“Nada se
puede mover en Cuba sin nuestra autorización expresa”; ese es el criterio de la
oficialidad más influyente y autoritaria. Pero ¿Cómo contener el espíritu de
tanta gente que quiere poner su granito de arena para que el país en que vive sea
un poco mejor? ¿Pensarán que podemos meter los sueños bajo el colchón y caminar como autómatas por los siglos de los
siglos?
Nueve de
cada diez reprimidos no tienen intenciones de usurpar el poder político. No son
políticos en sentido estricto; son artistas, intelectuales, obreros, cuentapropistas,
gente común que se siente ahogada por una institucionalidad retrograda que le
cuece la creatividad y la iniciativa hasta el achicharramiento, para evitar sepsis
ideológico-capitalistas, impidiéndole llegar
su arte, su iniciativa personal -artística o económica- al pueblo, de forma
inmediata, fresca y próspera. Los que se rebelan son cada vez más, cubanos
sencillos y sublimes, que elevan su voz en defensa de sus derechos
inalienables. Eso se respeta y se valora en la mayoría de los países
civilizados. No en Cuba. Allí es sumamente peligroso y se repele a palos.
Por eso me sobresalto
cada vez más con las reacciones del poder ante las actitudes inquietas de los
cubanos. ¿Por qué en este país a cada esperanza,
a cada espíritu libre y emprendedor le
corresponde un decomiso de bienes, un revolucionario garrotazo económico, una
detención, un acto de repudio, la expulsión de alguna parte o, peor aún, la
cárcel?
Me sobrecojo
porque la oleada de rebeldes inconformes crece y la represión lo hará de forma
proporcional según se observa en la voluntad del poder. Más temerarios, más
porra; más animosos, más cepo; mas
indomables, más policías. Esta es su fórmula. El régimen va en la contramarcha
de la lógica, de la justicia y de la paz.
… entonces volverán
las oscuras primaveras, las nuevas damas de blanco y otros inocentes engrosarán
las interminables filas de los calabozos.
Estoy muy
preocupado con este futuro previsto para Cuba. Una nueva y desgarradora ola se
acerca. Lo veo venir.
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