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A no ser que se indique lo contrario, todos los textos publicados en este blog han sido escritos por Jesuhadín Pérez Valdés

miércoles, 19 de noviembre de 2014

La crítica: ejercicio del criterio que no debe convertirnos en enemigos

Todo posee algo que desde algún punto de vista puede ser criticable. Atacar la crítica sin analizar sus planteamientos y proyecciones es síntoma indiscutible de debilitamiento. Se veta la crítica porque no se está seguro de la fuerza y convicción de los planteamientos propios. ¿A qué temer cuando se tiene toda la razón? 
La crítica es como el spray anti brillo que elimina las superficies refractarias de las brillantes obras. Su toque realista convierte en reformable cualquier obra humana. No existe, después de un análisis profundo, creación perfecta exenta de retoques y mejoras. La plasticidad o reajuste de los proyectos en desarrollo es una cualidad importante si se busca un resultado efectivo. Pero al ser la crítica una denuncia de imperfección, muchos aspirantes al perfeccionismo le declaran la guerra abierta o disimuladamente.

Nada, absolutamente nada está o puede estar totalmente libre de los accidentes de criterio. Todo posee algo que desde algún punto de vista puede ser criticable. Fallas, excesos, fracturas, generalizaciones… la lista puede ser inmensa y cualquier punto de esta podría ser esgrimido como argumento de crítica. Y es legítimo. Claro, molestará mucho a aquellos que han creído su obra insuperable. Generalmente personas que por no mirar alrededor se piensan el punto más alto.

Por eso no es raro encontrar proscrita la crítica cuando algún utópico ejerce su acción de poder sobre los demás. ¿Por qué y quiénes hacen alergia congénita a la crítica? Los que se tienen a sí mismos la más alta estima. Los que tratan de quitar sus manchas frotando en el espejo y no en su cara. Curiosamente los que más critican. Los implacables.

No creen ni confían en la buena voluntad de los que critican porque ellos mismos utilizan la crítica como arma, no como herramienta. Expertos beligerantes son incapaces de abrir un palmo el entendimiento para hacer una pausa y escuchar. Para estos la perfección viene en un solo sentido y por un solo camino, y las alternativas son serias desviaciones. No abren los paquetes, nada más ven el remitente, y a la basura, porque no conviene...

El absolutismo de sus creencias se basa en un criterio ortodoxo, místico. Se parapetan detrás de justificaciones obsoletas y viven sobre muros de papel. Vociferan y se piensan grandes porque hablan alto, gesticulan y su verbo rayando en la obscenidad, incendia.

Olvidan que la ortodoxia asfixia, que el misticismo es cuestión de tiempo y de creencias y que quien domina la razón es el que menos grita.

Por si no fuera suficiente guardan en sus mangas planes B, como si la libertad fuera un privilegio condicionado y no un derecho. Nadie tiene prerrogativas especiales sobre ciudadanos pacíficos que ejercen su derecho a la crítica. Nadie debe parar en un hospital o en la cárcel por hacer uso de este derecho de forma respetuosa y pacífica. El indefenso aunque esté equivocado, tiene ante el mundo el beneficio de la duda. La bota en la nuca ensucia más al gendarme que al que yace boca abajo sobre la calle. La gente ni siquiera se pregunta si es culpable, todos se compadecen de él. No es tiempo de violencias.

Criticar ideas, obras, proyectos, sistemas sociales no es atacar, sino tomar conciencia y partido y no debe convertirnos en enemigos. El perfeccionamiento se logra sobre la base de un despertar de esta conciencia. La crítica es también una sugerencia de mejoramiento. Un acercamiento a la realidad desde otro concepto de creación y ascenso.

Siempre los que critican, si lo hacen responsablemente, tendrán dos propuestas por cada inconformidad y las propuestas son las llaves que resuelven los más antiguos problemas humanos y sociales. Son legítimas formas de participación ciudadana. La democracia se nutre de esta actividad comunitaria, de esta suma conjunta de inquietudes que empujan la sociedad, que la agitan y revuelven para evitar decantamientos fosilificadores.

Una sociedad que critica es una sociedad que se siente comprometida con el futuro, que quiere participar en la solución de sus problemas. La crítica es una exigencia de actividad, es la señal inequívoca de revisión. Es una visión reformadora desde otra perspectiva.

No es sabio armar barricadas contra los que no hacen otra cosa que tratar de ser parte de la solución. Atacar la crítica sin analizar sus planteamientos y proyecciones es síntoma indiscutible de debilitamiento. Se veta la crítica porque no se está seguro de la fuerza y convicción de los planteamientos propios. ¿A qué temer cuando se tiene toda la razón?

Lamentablemente somos malos para conjugar la crítica en número y persona. Somos malos por la absurda y simplista manía de dividir las cosas en bandos; ellos y nosotros, buenos y malos, ricos y pobres, amigos y enemigos, aquí…y en el resto de mundo. En realidad todo es mucho más diverso y rico.

El mundo no puede funcionar por separado, los sistemas han de estrechar lazos, los pueblos tienen que fomentar vínculos, nuestras sociedades necesitan crear ligaduras entre sí y entre sus diferentes estamentos. No subsidiaridad paternalista, sino solidaridad, que es la simbiosis de los animales superiores.

Queremos como pueblos, como sociedades civiles, ser protagonistas de los procesos históricos que vivimos. Por eso proponemos alternativas, criticamos, porque no estamos de acuerdo en cuestiones, proyectos, contenidos y tenemos derecho a tener y ejercer nuestro criterio, diferente, alternativo, opuesto… por eso no somos enemigos, sino complementos. ¿Son acaso enemigos los hombres de las mujeres, los blancos de los negros? Las diferencias no son argumento que valide enemistades. Los hombres la utilizan como pretexto divisionista solo cuando padecen patologías sociales. Cuando persiguen intereses sombríos.

Nosotros, humanos que pensamos diferente (si es que lo hacemos), no buscamos guerras cruentas ni incruentas; queremos progreso, actualizaciones conceptuales, reconstrucción, trabajo conjunto, porque el planeta es de todos. Por eso, no al improperio, al ataque, a la censura, a la expulsión, al exilio, o a la privación de libertad por ejercer el derecho a la crítica.

Vivimos en un siglo en el que los muros caen, los cocteles molotov son piezas de museo y la derecha y la izquierda política son dos piedras de hielo que se funden en el recipiente común del desarrollo. No es tiempo de distracciones panfletarias, nuestro compromiso es con la humanidad. Es hora de hacer y hacer unidos. Que el mensaje para todos sea: reconciliación, reconciliación, reconciliación.
Y se cumpla.

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