Perdonar es
difícil, pero los hombres imperfectos llenan de actos la vida por la que transcurren.
Y esos actos dañan –muchas veces- intereses de otros hombres que por circunstancias
naturales coinciden en un espacio físico y temporal.
Somos un
conjunto, una especie que sobrevive porque coincide, porque se adapta y se
nutre de esta coincidencia. Somos de un linaje que crece y progresa dentro de
una maquinaria social compleja y disímil. Pero los roces, los conflictos de
intereses existen para llenarnos la vida de abolladuras. El mundo esta en
movimiento. Un movimiento que a veces alcanza velocidades increíbles. Difíciles
de manejar. Entonces ocurren las colisiones.
Las colisiones,
si ocurren por fuerzas con idéntica energía, se anulan a si mismas mutuamente.
Se destruyen. Pero si una fuerza posee mas energía que la otra, la mas débil
esta obligada a retroceder. Cuando se retrocede se pierde dominio, posición. Se
comprimen y restringen derechos. Del aplastamiento resultante brotan
resentimientos. Inconformidades y hasta odios.
El odio es
la capa impermeable que impide el paso del amor entre los hombres. Si odias un
hombre, una institución, un organismo, un estado de cosas, raramente veras la
luz que las mismas pueden desprender. El odio mantiene a los hombres reacios a
la cooperación. Solo la fuerza puede obligarlos a colaborar en la construcción
de algo nuevo si nos dominan los desafueros. Cuando desconfiamos unos de otros,
cuando incriminamos, cuando odiamos… es muy difícil avanzar en cualquier
sentido.
Cuba –nuestro
país- ha sufrido la siembra del odio durante años. Nos han dividido en buenos y
malos en torno a una ideología. Nos han separado por bandos y nos han encerrado
en estereotipos para alimentar ese odio. Hemos vivido en una cultura violenta
que obliga a callar lo que piensas por temor, aplastando durante años los
deseos de ser tu mismo, asumiendo una personalidad falsa y complaciente que te
permite sobrevivir frente a fuerzas mayores.
Todo esto
crea una presión interna que se puede transformar en rabia. En antipatía. Por
el momento muchos han decidido irse. Pero nadie abandona su hogar, sus posiciones
y su historia de buena gana. Hay un dolor profundo que rasga el pecho. Un
sentimiento de impotencia que aviva venganzas y potencia los resentimientos.
Todo aviva el ansia del desquite. Si alguien te obliga a hacer lo que no
quieres, te oprime y corta las alas, alguien te ha convertido en un ser
diferente de quien pretendías ser, entonces terminas aborreciéndole,
detestándole, condenándole. Terminas odiando. Y nada conviene menos en Cuba en
estos momentos que el odio.
Solo el amor
teje. Solo el amor reconstruirá el tejido dañado por tantos años de desigualdad
e injusticia. Pero al amor solo llegamos por el camino del perdón. Tenemos que
perdonar para reconciliarnos. Tenemos que reconciliarnos para volver a amar.
Solo del
amor brota la paz. No mas violencia, no mas segregación política, no mas
represión. El futuro pertenece a todos por igual. Todos somos cubanos y es hora
de hacer alianzas y de tender puentes. De unir desde la diversidad una multitud
de personas que quieren y necesitan comulgar con un futuro mejor. La hora de
los fusiles terminó. Que caiga ese telón. Se escucha una voz que dice: ¡“Conviertan sus espadas en rejas de arado y
sus lanzas en podaderas. Cuba lo que necesita es un gran abrazo de
liberación”!
Los que se
fueron, los que se quedaron, los que se equivocaron, los que están o estarían
dispuestos a rectificar su actitud violenta, los que quieren un futuro próspero
y feliz, los cubanos todos, hombres y mujeres, de esta orilla y de aquella,
todos los que busquen la liberación y la paz: perdonemos, perdonemos,
perdonemos. Démosle un ejemplo al mundo de lo que somos capaces de hacer por
Cuba y por el futuro de nuestra nación.
¡Que vengan
esos brazos!
Excelente Jesuhadín. Un abrazo
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