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A no ser que se indique lo contrario, todos los textos publicados en este blog han sido escritos por Jesuhadín Pérez Valdés

lunes, 23 de noviembre de 2015

Cuba: la hora de los fusiles terminó. Reconciliémonos.



Perdonar es difícil, pero los hombres imperfectos llenan de actos la vida por la que transcurren. Y esos actos dañan –muchas veces- intereses de otros hombres que por circunstancias naturales coinciden en un espacio físico y temporal.

Somos un conjunto, una especie que sobrevive porque coincide, porque se adapta y se nutre de esta coincidencia. Somos de un linaje que crece y progresa dentro de una maquinaria social compleja y disímil. Pero los roces, los conflictos de intereses existen para llenarnos la vida de abolladuras. El mundo esta en movimiento. Un movimiento que a veces alcanza velocidades increíbles. Difíciles de manejar. Entonces ocurren las colisiones.

Las colisiones, si ocurren por fuerzas con idéntica energía, se anulan a si mismas mutuamente. Se destruyen. Pero si una fuerza posee mas energía que la otra, la mas débil esta obligada a retroceder. Cuando se retrocede se pierde dominio, posición. Se comprimen y restringen derechos. Del aplastamiento resultante brotan resentimientos. Inconformidades y hasta odios.

El odio es la capa impermeable que impide el paso del amor entre los hombres. Si odias un hombre, una institución, un organismo, un estado de cosas, raramente veras la luz que las mismas pueden desprender. El odio mantiene a los hombres reacios a la cooperación. Solo la fuerza puede obligarlos a colaborar en la construcción de algo nuevo si nos dominan los desafueros. Cuando desconfiamos unos de otros, cuando incriminamos, cuando odiamos… es muy difícil avanzar en cualquier sentido.

Cuba –nuestro país- ha sufrido la siembra del odio durante años. Nos han dividido en buenos y malos en torno a una ideología. Nos han separado por bandos y nos han encerrado en estereotipos para alimentar ese odio. Hemos vivido en una cultura violenta que obliga a callar lo que piensas por temor, aplastando durante años los deseos de ser tu mismo, asumiendo una personalidad falsa y complaciente que te permite sobrevivir frente a fuerzas mayores.

Todo esto crea una presión interna que se puede transformar en rabia. En antipatía. Por el momento muchos han decidido irse. Pero nadie abandona su hogar, sus posiciones y su historia de buena gana. Hay un dolor profundo que rasga el pecho. Un sentimiento de impotencia que aviva venganzas y potencia los resentimientos. Todo aviva el ansia del desquite. Si alguien te obliga a hacer lo que no quieres, te oprime y corta las alas, alguien te ha convertido en un ser diferente de quien pretendías ser, entonces terminas aborreciéndole, detestándole, condenándole. Terminas odiando. Y nada conviene menos en Cuba en estos momentos que el odio.

Solo el amor teje. Solo el amor reconstruirá el tejido dañado por tantos años de desigualdad e injusticia. Pero al amor solo llegamos por el camino del perdón. Tenemos que perdonar para reconciliarnos. Tenemos que reconciliarnos para volver a amar.

Solo del amor brota la paz. No mas violencia, no mas segregación política, no mas represión. El futuro pertenece a todos por igual. Todos somos cubanos y es hora de hacer alianzas y de tender puentes. De unir desde la diversidad una multitud de personas que quieren y necesitan comulgar con un futuro mejor. La hora de los fusiles terminó. Que caiga ese telón. Se escucha una voz que dice: ¡“Conviertan sus espadas en rejas de arado y sus lanzas en podaderas. Cuba lo que necesita es un gran abrazo de liberación”!

Los que se fueron, los que se quedaron, los que se equivocaron, los que están o estarían dispuestos a rectificar su actitud violenta, los que quieren un futuro próspero y feliz, los cubanos todos, hombres y mujeres, de esta orilla y de aquella, todos los que busquen la liberación y la paz: perdonemos, perdonemos, perdonemos. Démosle un ejemplo al mundo de lo que somos capaces de hacer por Cuba y por el futuro de nuestra nación.

¡Que vengan esos brazos!


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