Perdonar es
difícil, pero los hombres imperfectos llenan de actos la vida por la que transcurren.
Y esos actos dañan –muchas veces- intereses de otros hombres que por circunstancias
naturales coinciden en un espacio físico y temporal.
Somos un
conjunto, una especie que sobrevive porque coincide, porque se adapta y se
nutre de esta coincidencia. Somos de un linaje que crece y progresa dentro de
una maquinaria social compleja y disímil. Pero los roces, los conflictos de
intereses existen para llenarnos la vida de abolladuras. El mundo esta en
movimiento. Un movimiento que a veces alcanza velocidades increíbles. Difíciles
de manejar. Entonces ocurren las colisiones.
Las colisiones,
si ocurren por fuerzas con idéntica energía, se anulan a si mismas mutuamente.
Se destruyen. Pero si una fuerza posee mas energía que la otra, la mas débil
esta obligada a retroceder. Cuando se retrocede se pierde dominio, posición. Se
comprimen y restringen derechos. Del aplastamiento resultante brotan
resentimientos. Inconformidades y hasta odios.
El odio es
la capa impermeable que impide el paso del amor entre los hombres. Si odias un
hombre, una institución, un organismo, un estado de cosas, raramente veras la
luz que las mismas pueden desprender. El odio mantiene a los hombres reacios a
la cooperación. Solo la fuerza puede obligarlos a colaborar en la construcción
de algo nuevo si nos dominan los desafueros. Cuando desconfiamos unos de otros,
cuando incriminamos, cuando odiamos… es muy difícil avanzar en cualquier
sentido.