“Nos entrenaban para matar personas; sin embargo nos prohibían regresar a casa con una Playboy Magazine”
(Excombatiente cubano en Angola)
Es tan antigua como la civilización misma. Por allá por la Grecia remota, primitivas vasijas llevaban grabados y textos sumamente explícitos y las ruinas sepultadas de Pompeya dejaron hasta nuestros días, fehacientes testimonios de su existencia y de la forma como los romanos la disfrutaban, la vivían y la aceptaban. Hablamos de la pornografía. (Ver nota 1)
Resurge gracias a estos transgresores de religiones
y leyes, como símbolo de un derecho de expresión artística y humana. Así se
escurrió disimulada o justificada por un erotismo que puede o no ser arte, pero
que se circunscribe a la pasión y el interés que siente el hombre por su propia
anatomía, por sus costumbres y sus vicios.
Ninguna otra forma de expresión
ha levantado tantas ronchas en la historia de la sociedad humana. Ninguna otra
manifestación ha sido tan vilipendiada por unos, defendida por tan pocos y
aceptada –silenciosamente- por tantos.