Siempre he pensado que la vida es un premio difícil. Una especie de azar al cual nos aferramos después con todo lo que tenemos a mano. El milagro de la vida, venido como azar biológico o como premio divino constituye -para la mayoría de los cubanos- un doble reto. No solo es nacer; sino permanecer vivos, somática y psicológicamente aptos para desenvolvernos normalmente en una época tremendamente difícil y compleja.
Nosotros apenas conocemos las tapas de medicamentos con «seguro contra niños», y en nuestras casas, ese «seguro» jamás existió en botiquines, gabinetes, gavetas, puertas o escaleras peligrosas.
Los cubanos nunca montamos en bici con rodilleras, coderas o cascos de protección contra caídas, aun sabiendo que nuestras bicicletas tienen pésimos frenos (o carecen totalmente de ellos). Y andamos de noche entre el tráfico a oscuras, sin chaquetas fosforescentes ni dispositivos lumínicos o pinturas reflectarías. Y conducimos a cualquier lugar, por desconocido que este sea, sin la ayuda del GPS.